Autor: RICARDO CANDIA CARES
El alcalde Daniel Jadue fue el único dirigente político que fue a la Plaza Dignidad sin esconder su identidad. Otros fueron de incógnito o no fueron.
El edil recoletano sumaba otra gracia a su nutrido currículo de aciertos a la cabeza de la municipalidad de Recoleta.
Desde hace un tiempo su gestión ha sido revisada con lupa para encontrar el negocio ilícito, el arreglín, la coima. El alcalde Jadue ha pasado la extrema revisión con cero faltas.
La suma de sus gracias lo impusieron como uno de los dos políticos que arrasan en las encuestas, la otra es Pamela Jiles. La gente que sintoniza con su lenguaje e ideas lo ha hecho un sólido competidor en las siguientes elecciones presidenciales.
Pero el alcalde Jadue ha dejado de manifiesto su reticencia: No quiero ser presidente de Chile, pero estoy disponible, que es distinto, pirueta verbal que dice, pero no dice.
No le falta razón. Hacerse de la Presidencia importa un peligro mayor. Para decir las cosas por su nombre, ni Jadue ni nadie en la izquierda, como sea que entendamos este concepto, tiene peregrina idea de qué hacer llegado al gobierno.
Una cosa es la consigna, el puño en alto y otra muy distinta y lejana es un proyecto político, un programa, algunas ideas en aquellos temas de urgente solución, una perspectiva de futuro, un perfil de país diferente.
¿Tiene la izquierda una sólida coalición política que dé soporte a un gobierno que se proponga un par de cosas así? ¿Goza del apoyo real del populacho?
¿Se ha trabajado en función de la unidad del pueblo como impulsor y respaldo de un gobierno contrario a lo que ha hecho la derecha y la ExConcertación y perfile, allá bien lejos, el país que la gente merece?
¿Es posible pensar un gobierno sin un Congreso, gobernaciones, municipalidades, etc., con suficientes mayorías como para impulsar medidas en la alambicada estructura jurídico legislativo y administrativa del aparato del Estado?
Pero, mucho antes, ¿hay ganas de llegar al gobierno?
Acerca de un hipotético gobierno de Jadue, Teillier, presidente del PC, dijo que será de izquierda, pero va más allá de la izquierda. Otra pirueta idiomática que dice que de haber un gobierno será con los carcamales de siempre.
¿Se puede confiar en la Democracia Cristiana, en los partidos Socialista, Radical o PPD? ¿Sería sano hacerlo?
En este momento preciso pasa la cuenta la absoluta falta de visión de la izquierda, su analfabetismo para leer lo que ha pasado en el país, su gigantesca ausencia de autocrítica para mirar de frente sus carencias, su distancia con el pueblo real, sus faltas, indecisiones y cobardías.
La crisis por la que atraviesa el sistema es obra de los movimientos y organizaciones sociales, la gente común, el poblador, los estudiantes que plantaron cara a Piñera y a sus tropas de asalto y a todo lo hecho antes. Los partidos tendieron a desparecer del lenguaje popular y de las organizaciones donde antes eran los líderes indiscutidos, imbatibles e históricos.
Las organizaciones de los trabajadores tampoco fueron capaces de ponerse a la altura de las exigencias de la historia. De audacia ni hablar. Aquellos que habían sido capaces de sacar a millones a la calle desaparecieron de la comarca. La CUT ya lo había hecho antes. La ANEF, el Colegio de Profesores, los colectivos de mujeres y el movimiento NO más AFP, entre otros, solo marchaban con batucadas y permisos oficiales.
De política, ni hablar. Se le dejó este campo a un sistema desfondado por su corrupción. De propuesta para un país diferente, nada, como si los trabajadores no tuvieran derecho a luchar por uno.
La extendida rebelión de octubre pasó por encima de todo lo que había. Vibró un solo convencimiento: que nada era suficiente para restañar la dignidad, el derecho y la merecida justicia que el estatus quo ha dejado simplemente ha negado.
Estalló una crisis de la que aún no sabemos todas sus consecuencias, en la que la gente llana tomó sus propias decisiones, impulsó sus propios combates, no necesitó de vanguardias o guías y no hizo sino lo que saliera de su propia audacia.
La gente obedeció a su instinto y dejó en claro el poder que hay en la masividad y justicia de su reclamo, junto con evidenciar la falencia estratégica de no tener un proyecto.
El estallido popular tuvo en su seno dos rasgos contradictorios pero que explican mucho: la fortaleza de lo inorgánico fue a la vez su debilidad: no contar con una mínima estructura, con dirigentes o voceros reconocidos, con objetivos claros.
Luego, el tráfago electoral que impuso el acuerdo del 15 de noviembre y que buscó salvar el andamiaje político institucional a punto de derrumbarse, delineó elecciones que se cruzaron con las establecidas por el calendario oficial.
En breve, se deberá elegir a los convencionales, gobernadores regionales, alcaldes, concejales, diputados, senadores y al presidente de la república. En ninguna de esas candidaturas ya desplegadas, o en muy contados casos, el pueblo, ese que peleó, tuvo pito que tocar.
Entonces sucede que un militante comunista se eleva por sobre todos los competidores como el mejor posicionado de los candidatos presidenciales, dejando muy atrás a los nombres de la derecha y de la exConcertación. Impulsado por sus obras, talante y palabras, Jadue sale al ruedo apoyado por la simpatía espontánea de la gente.
Y es cuando el pueblo que detesta no solo a Piñera y a la derecha, sino que a toda una cultura de despojo y castigo, queda acorralado entre un candidato que podría pero no quiere, y la gente que quiere y no podría.
La mayor crisis de posdictadura fue detonada por la rebelión popular de octubre del año 2019, la que demostró la incapacidad del sistema para siquiera entender lo que pasa, dejó en claro la distancia enorme entre la elite del poder y la gente del mundo real y el absoluto analfabetismo de la izquierda para leer el estado de la cosa.
¿Qué rol jugará la gente que peleó en octubre del 2019 en este proceso eleccionario ¿Será un mero espectador de las decisiones de otros?
Peor aún: ¿está en condiciones la izquierda, como sea que la entendamos, de echarse encima un país cuyo sistema político está en crisis hace mucho y en donde las expectativas de la gente llegado el caso no va a entender de tiempos, plazos y paciencia?
¿Enfrentará un eventual gobierno del exitoso alcalde Jadue las exigencias de la gente tramitada, despreciada, explotada y engrupida durante decenios? ¿Hay capacidad suficiente para ese vendaval de reivindicaciones?
¿Tienen un proyecto, un programa, algunas ideas para el efecto?
Conforme suceden las cosas, se refuerza la idea de que el pesimismo es un buen predictor. Como advirtió José Saramago, el optimista está encantado con lo que hay.
Las candidaturas mejor instaladas, el alcalde Jadue, y la diputada Jiles que tampoco quiere, no prosperarán. Se bajarán en pro de sujetos como Narváez o Muñoz, quienes negociarán todo lo que sea necesario.
Quizás en esta pasada se entienda que desde el pueblo no solo se puede levantar un proyecto político para un país decente, sino que es la única opción que va quedando.
Pero tranquilos, solo se han perdido algo más de treinta años.
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