Autor: MAXIMILIANO RODRÍGUEZ
La contundencia de los resultados arrojados por el plebiscito del pasado 25 de octubre constituyen un hito político de gran trascendencia. Arroja importantes luces acerca de las posiciones que las distintas clases sociales van tomando frente a la crisis del actual esquema de dominación burguesa.
Hay comentaristas de izquierda que, basados en las cifras de abstención, y en línea con los análisis de la ciencia política liberal, han restado importancia a los resultados.
Si bien es cierto que pese a haber aumentado la participación electoral, situándose en el registro más alto desde que existe el voto voluntario, dicho aumento no redundó en una participación significativamente mayor a la registrada en la segunda vuelta presidencial de 2017.
Sin embargo, siendo las altas tasas de abstención una constante en las elecciones chilenas desde que se instauró dicho sistema, la novedad de este plebiscito no hay que buscarla entonces en el grado de participación. Elemento que además resulta finalmente irrelevante para determinar la naturaleza del poder político en la sociedad capitalista (el poder de la burguesía como clase dominante no surge del voto popular, este solo constituye un mecanismo para zanjar las diferencias entre sus fracciones).
En efecto, la novedad esta vez radica en el cambio en la composición que experimentó el electorado antes que en su número total. Así, por ejemplo, el aumento del componente joven fue una de las características que destacó y que resultó determinante para la aplastante victoria obtenida por la opción del apruebo.
Pero el hecho más sobresaliente fue la polarización social que la preferencia por una u otra opción dejó al desnudo. En esta línea destacó precisamente el aumento de la participación electoral en las comunas populares. De hecho, dentro de las comunas del Gran Santiago se observó una correlación positiva entre el componente obrero[1] y el aumento de la participación electoral con respecto a la segunda vuelta presidencial de 2017, siendo el caso más notable el de La Pintana. En otras palabras, a mayor porcentaje de población obrera en la comuna, mayor fue el aumento en la participación electoral (ver gráfico).
La clase obrera constituye la clase social más numerosa del país, con alrededor del 45% de la población total, y por ende la de mayor peso dentro de las clases proletarias y populares. Una tendencia similar se observó en otra clase popular: la pequeña burguesía tradicional, aunque en este caso, por su alta heterogeneidad –que va desde el comercio ambulante informal a pequeños negocios establecidos que no contratan mano de obra asalariada–, la correlación es (¡era que no!) mucho más volátil. Esta clase se sitúa, dependiendo de las estimaciones, dentro de las tres más numerosas del capitalismo chileno (entre el 18 y el 20% de la población total), y que con la actual crisis económica debe seguramente haber aumentado su peso.
La clase obrera venía aumentando sus niveles de actividad desde el año pasado, especialmente a raíz del estallido social del 18 de octubre. Tal como consigna el COES en el Informe Huelgas Laborales en Chile 2019[1], las huelgas aumentaron en un 68% en 2019 con respecto a las registradas en 2018, rompiendo así la tendencia a la baja que se venía dando en los dos años anteriores.
En este sentido, el aumento de la participación obrera dentro del electorado habla de un incipiente, pero claro, posicionamiento de esta clase frente a la profunda crisis política que atraviesa a la burguesía chilena.
Se avecina el más importante rediseño de la arquitectura institucional estatal del último tiempo en Chile, que conllevará un inminente cambio en el régimen político de la dominación burguesa. Corresponde a la izquierda encausar en la coyuntura la acción política de la clase obrera frente a la encrucijada puesta por la burguesía. Es imprescindible que esta se haga presente como actor autónomo e independiente con programa propio frente a las distintas opciones burguesas.
Lo anterior no resulta sencillo en el estado actual en se encuentran las expresiones más radicales de la izquierda. Estériles e impotentes en extremo demostraron ser el pasado 25 de octubre las tácticas formuladas en consignas del tipo “yo no voto, me organizo” o “todo el poder a las asambleas territoriales” promovidas en este sector.
Las causas hay que buscarlas en dos errores fundamentales de apreciación en que incurren este tipo de “tácticas”. En primer lugar, le achacan a la burguesía una unidad político-programática que en la actualidad no posee. De aquí que los estrategas detrás de este tipo de consignas pongan unilateralmente el acento en los acuerdos alcanzados por los partidos burgueses, calificando maniqueamente el plebiscito y el proceso constituyente como simples maniobras urdidas para engañar al pueblo.
El caso es que, si bien el proceso constituyente surge de un acuerdo entre los partidos de la burguesía frente al escenario impuesto por la movilización popular, este no deja de expresar también las enormes vacilaciones y vacío programático que campea al interior de la clase dominante para resolver sus propias pugnas. Prueba de ello es el oportunismo más ramplón en el que se debaten cotidianamente los partidos burgueses, y en general el deplorable estado en que se encuentran los aparatos ideológicos (Iglesia, cúpulas sindicales, sistema de educación, etc.) de la dominación burguesa, que los vuelve incapaces de aunar a esta clase y arrastrar tras de sí a otras. Es por ello que incluso la salida actual es feble en comparación con la que se impuso en el plebiscito del 88’, donde aquellas instituciones mostraban mayor solidez.
En segundo lugar, con este tipo de “tácticas” se pretende evadir a través de un mero ejercicio retórico de voluntad la cuestión del Estado, lugar por excelencia –guste o no– del poder político y punto de condensación de las relaciones de fuerza entre las distintas clases sociales.
Lo relevante en este ámbito es que, a pesar de las vacilaciones en el seno de la burguesía chilena, los roces entre las distintas ramas del aparato estatal y unos aparatos ideológicos venidos a menos, finalmente el aparato de Estado propiamente tal no se ha quebrado –las fuerzas represivas siguen aglutinadas en torno al gobierno– ni las clases populares han sido capaces de levantar un contrapoder capaz de llevar a cabo dicho quiebre.
Octubre 2020
[1] Para el esquema de clases sociales aquí utilizado véase M. Rodríguez: Estructura social, organización laboral-gremial y lucha de clases en el capitalismo chileno. Disponible en https://www.puntofinalblog.cl/blog/estructura-social-organizaci%C3%B3n-laboral-gremial-y-lucha-de-clases-en-el-capitalismo-chileno
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