Autor: RICARDO CANDIA CARES
La situación de Venezuela, la del exalcalde Daniel Jadue y la guerra en Ucrania, le han traído dividendos en las encuestas al presidente Boric. Le abrió una modesta ventanita que da a la alegría: ha subido algunos puntos.
El caso venezolano ha sido usado con insistencia por el mandatario a partir de constatar que su postura férrea de desconocer los resultados electorales de ese país, de tratar a su presidente de dictador y de querer imponer sus criterios de gobernabilidad en casa ajena, le ha generado una subida en su caída permanente en la aprobación ciudadana.
Poco antes, con ocasión de la formalización del exalcalde Daniel Jadue, el gobierno salió a atacar a los militantes del PC que solidarizaban con el caído en desgracia. Barra brava, fue lo menos que se dijo en público. Tras cartón, un alto dirigente comunista fue expulsado del segundo piso de La Moneda.
Ya antes, el curioso y desenfocado apoyo de Gabriel Boric a un nazi confeso como Volodomir Zelensky, presidente de facto de Ucrania, ya indicaba que la cosa no era coser y cantar en las relaciones del gobierno con el PC.
Todos capítulos alentados y sospechosamente celebrados por la ultraderecha y por los oportunistas de siempre.
El equipo político del presidente sabe que debe tomar decisiones radicales que le permitan salir más o menos bien parados de una gestión que se ha caracterizado por el abandono de las ideas rectoras que hasta antes de asumir la presidencia, el exdirigente estudiantil esgrimía con vehemencia y decisión convencida.
El caso es que este gobierno se ha rendido a la derecha y a su agenda de reforzamiento de las políticas neoliberales, luego de desdecirse de lo que para el presidente significaba y representaba el reciente pasado de los gobiernos y políticos de la Concertación, cultura del desparpajo, la corrupción y del arreglín.
Gabriel Boric era el campeón que venía a superarlo todo.
Pero en la rudeza de la política, en donde prima el cálculo frío y puro, se trata de buscar la mejor salida para la proyección de un político que no ha tenido el valor de hacer coincidir lo que dijo con lo que hace.
Como lo hacen prácticamente todos.
Y en este escenario, nada mejor que atacar al Partido Comunista luego de medir el grado de anticomunismo que se ha instalado en nuestra sociedad por medio del poder intacto de la ultraderecha, sus medios de comunicación y su éxito electoral, y por sectores de la izquierda neoliberalizada.
La operación para deshacerse del PC está en curso. Es un temporal que aún no baja la intensidad de sus rachas. Se perciben nubarrones en lontananza.
Es cosa de ver el viraje notable de la ministra Camila Vallejo, cuya defensa irrestricta de la agenda anti PC, la pone en los hechos, en sus dichos, em sus actos, fuera de ese partido.
El Partido Comunista en su más que centenaria existencia ha demostrado su inquebrantable compromiso democrático. Lo que, como sabemos, le ha costado un alto precio.
Declarado muchas veces fuera de la ley, miles de sus militantes han sido asesinados, torturados, degollados y hecho desaparecer solo por el hecho de alzar las banderas de los más desposeídos.
Fue, hasta donde la honestidad permite un análisis histórico objetivo, el partido más fiel al presidente Salvador Allende. Y ninguno se la jugó más en la lucha contra la dictadura, pagando por ese arrojo un alto costo en vidas humanas y sufrimiento.
Y, más allá de la crítica que se le puede hacer por su desempeño político en la posdictadura, lo que vale en esta pasada es relevar su conducta intransigentemente democrática y de una lealtad a toda prueba cuando ha asumido compromisos.
Los intentos por silenciar sus opiniones y conductas legítimas dicen de la mala decisión del PC al momento de elegir sus alianzas.
Pero más claro queda la subordinación del actual gobierno, partiendo por el presidente Gabriel Boric, a los dictados del enemigo número uno de los pueblos y sus luchas, el imperialismo norteamericano y sus lacayos europeos.
Mientras arrecia la estrategia de deshacerse del PC del gobierno, la cultura neoliberal que hasta aquí no más llegaba, se despliega en toda su magnitud dejando a miles de habitantes sin energía sin que haya herramienta alguna que obligue a las empresas abusadoras a pagar los estragos reales generados por la acción del clima y, sobre todo, por su indolencia. En este caso, como en otros, el chancho sigue siendo inocente.
No es el clima. Es el neoliberalismo en toda su extensión trágica. Tanto lo de las estafas de las compañías eléctricas, como lo del temporal anticomunista.
De esto último jamás en la historia ha salido nada bueno.
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