Autor: RICARDO CANDIA CARES
Los Premios Nacionales que entrega el Estado para ciertas actividades del arte, la ciencia y las comunicaciones, de común han servido para premiar a aquellos intelectuales y artistas cuya obra y vida está en sintonía con los que mandan.
Raras veces estos Premios han dado en el clavo. Recuérdese que el premio Nacional de Literatura a Gabriela Mistral le fue entregado dos años después de haber recibido el Nobel.
Pero de vez en cuando la inminencia de esa premiación permite develar a aquellos que no aparecen en los listados del sistema. Casi siempre, con aportes mucho más significativos que aquellos ahijados del poder.
Quizás estos premios destaquen más por sus omisiones y censuras que por reconocer a quienes efectivamente y con profundidad y calidad indesmentible, han sido y son un aporte.
Por eso es que la iniciativa de postular a Manuel Cabieses para Premio Nacional de Periodismo, sobre todo pone en relieve el reconocimiento que el periodismo y los periodistas libres tienen con la revista Punto Final, que es como decir con su director.
Punto Final con Manuel a la cabeza ha dado batallas que han dejado huellas. Desde su reinstalación clandestina en Chile en plena dictadura, hasta la dura lucha en contra de la concentración del avisaje estatal en medios del sistema, socios y cómplices de la dictadura desde la primera hora.
Y como se trata de un periodismo combatiente y comprometido, sus huellas han quedado también en señalados momentos de la historia de América Latina.
El 1 de julio de 1968 en el prólogo de la a primera edición de El diario del Che en Bolivia, el Comandante en Jefe Fidel Castro escribía una frase sugerente en su misterio: “la forma en que llegó a nuestras manos este diario no puede ser ahora divulgada”.
Es que detrás de esa proeza había estado la mano de Manuel y de sus compañeros de PF que habiendo recibido clandestinamente copia del Diario, lo hicieron llegar de la misma forma a Cuba, luego de cruzar medio mundo.
No hace mucho Punto Final debió cerrar su edición. Volvió a funcionar el brazo armado de la economía para cercenar un derecho consagrado como indiscutiblemente humano.
Fue un duro golpe no solo para Manuel y el equipo de la revista. Fue también un golpe a la libertad de expresión, al derecho que asiste a las personas a informarse debidamente. Y en el caso de los lectores de Punto Final, de manera libre, informada, crítica y propositiva.
En este contexto entiendo y apoyo la propuesta de los colegas de Manuel: una acción que releva el ejercicio del periodismo en un hombre intachable en el que destella una personalidad rara en estos tiempos de exhibición y voyerismo.
La forma de ser de Manuel es un homenaje al sentido de lo más humanamente modesto. Y en ese contraste brilla con reflejos precisos su inteligencia y vasta cultura.
Me permito una digresión. De lo casi nulos honores que he tenido en mi vida, uno de ellos es haber escrito por años en Punto Final. Y por sobre todo, haber pasado por la revista una o dos veces al mes y quitarle quince minutos de su escaso tiempo a Manuel, quien afirmado su brazo derecho sobre una caduca máquina de escribir, hacía parecer interesantes mis argumentos.
Este tiempo no ha sido lo necesariamente justo con Punto Final. Una vez acompañé a Paca Cabieses, nuestra subdirectora, en alguna gestión para celebrar el medio siglo de la revista.
Se había pensando en un lugar especial, atendiendo la historia de la revista y su compromiso con los Derechos Humanos, que seis miembros de su equipo serían asesinados en dictadura y que el mismo Manuel pasaría una larga temporada, entre otros, en el Campo de Concentración de Chacabuco.
Un triste funcionario del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos habría de negar ese local para esa celebración. La revista no se ajustaba a la política del Museo. Por suerte.
El Premio Nacional de Periodismo no le haría mella a Manuel Cabieses. Mantendría su buen humor, su manera pausada, su voz firme, las huellas de un hombre de una impecable trayectoria de revolucionario y su aversión por los dictados del ego.
Lo hallaría navegando en la historia, como en el jazmín de su infancia, preparando la proa para otro horizonte y decidiendo otros abordajes por las causas más nobles del ser humano.
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