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EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE GUANTÁNAMO SIGUE FUERA DEL RADAR

Foto del escritor: fcabiesesfcabieses

Mientras los medios masivos de comunicación de casi todo el mundo estaban concentrados en buscar con lupa alguna detención “ilegal” en Venezuela, la cárcel ilegal más imponente del mundo cumplió 23 años el 11 de enero. Hubo ríos de tinta, comentarios en radio y TV además de millones de reproducciones en las diferentes redes sociales sobre Venezuela. La liberación de once yemenitas que estaban presos sin juicio en la base naval de Guantánamo y fueron deportados a Omán pasó sin estridencias.

 Dos eventos en simultáneo que nos enseñan mucho sobre miradas e ideología al momento de informar. Desde el año 2002 Estados Unidos decidió usar su base en la isla de Cuba para construir una cárcel “offshore” que pudiera evadir las leyes que le otorgan derechos a cualquier preso, sea cual fuere el delito cometido. Al no estar ubicada en territorio propio existe un gran vacío legal que permite detener personas por tiempo indefinido y mantenerlas lejos de las miradas críticas.

Claro, siempre y cuando no se filtren las imágenes de torturas como sucedió con la cárcel de Abu Ghraib en Irak. Guantánamo es la cárcel ilegal más conocida del planeta. A diferencia de cárceles más o menos legales que tienen regímenes autoritarios, todo el mundo sabe dónde queda la cárcel de Guantánamo.

Estados Unidos ni siquiera hizo intentos por esconderla y los trajes anaranjados usados por los presos son una marca registrada. La cárcel se convirtió en un laboratorio para perfeccionar torturas. Según la centenaria y respetada Unión Americana por los Derechos Civiles (ACLU por su sigla en inglés) “el régimen de interrogatorios era tan inhumano que el FBI ordenó a sus agentes que no participaran”.  ACLU agrega que en el Departamento de Defensa “hubo valientes opositores, en gran medida ignorados”.

 Es difícil acceder a datos exactos, pero se calcula que desde 2002 pasaron por Guantánamo unas 800 personas de más de 40 nacionalidades, en gran porcentaje afganos. El Afghanistan Analysts Network, un sitio conformado por especialistas en Afganistán, tiene el registro de 225 afganos detenidos.

 El sitio sostiene que entre ellos había militantes de los Talibán, pero también taxistas, comerciantes, líderes tribales, pastores de ovejas e - incluso- opositores de los Talibán. Paradójicamente, casi ninguno fue arrestado con las armas en la mano combatiendo, ni acusado de haber realizado algún tipo de ataque. Cientos de otras nacionalidades también fueron secuestrados en diferentes países y trasladados de manera clandestina a la base.

A los pocos días de asumir la presidencia en 2016, Barack Obama presentó en público un plan para cerrar la cárcel. Allí explicaba que mantenerla abierta “va en contra de nuestros propios valores” y que era “una mancha en nuestro historial más amplio de defensa de los más altos estándares del estado de derecho”. En sus ocho años de mandato no la cerró.

Tampoco lo hicieron Donald Trump o Joe Biden. La cárcel más famosa sigue abierta, habitada hoy por 15 reclusos, y en condiciones de recibir muchos más.

Guantánamo es un símbolo de injusticia, abuso, y la prepotencia de la primera potencia mundial de tener una cárcel a cielo abierto fuera de la ley. Estados Unidos se arroga el derecho de detener a cualquier persona en cualquier lugar sin juicio y de manera indefinida.

La mayoría de los países lo permite, avala, consciente y calla, con la anuencia de los grandes medios de comunicación que no suelen agregarle adjetivos condenatorios a las políticas ilegales de Washington. Es más, la trivialización y naturalización de lo que hace Estados Unidos llega al extremo que los monos naranja que usan los presos se vendan en casas de disfraces.

Un almacén en Badajoz (España) lo ofrece como “un atuendo llamativo inspirado en el estilo Guantánamo, perfecto para fiestas temáticas, carnaval o Halloween”. Toda una metáfora.

* Reproducción autorizada citando la fuente




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